A pesar de la pandemia, la construcción del muro fronterizo avanza.
Desde enero de 2017 -cuando Trump asumió la presidencia- hasta primeros de septiembre se han construido aproximadamente 507 kilómetros del llamado «nuevo sistema de muro fronterizo», que además de barreras con balizas de acero incluye patrullas, carreteras adaptadas a todas las condiciones climáticas, iluminación, cámaras y otras tecnologías de vigilancia como sensores o drones.
La frontera entre Estados Unidos y México tiene una longitud de 3.142 kilómetros.
Antes de que Trump llegara a la Casa Blanca, había barreras o vallas de separación en un tercio de la frontera, unos 1.050km.
En las zonas más urbanas, las barreras están hechas para impedir el paso de peatones y vehículos.
Las vallas son de diversos tipos: en algunos segmentos son paneles de chapa o acero corrugado, en otras partes hay una malla de alambre o varias superpuestas, y en ciertos sectores, hay barras verticales que miden entre 5,5 y 9,1 metros de altura colocadas sobre cemento y separadas por pequeños espacios.
En las áreas más remotas, el gobierno usa «cercas vehiculares», que son postes de madera cruzados (generalmente obtenidos de las vías ferroviarias) que impiden el paso de vehículos pero que pueden ser superados por peatones.
En el puesto fronterizo entre San Diego y Tijuana, las vallas se adentran hasta 100 metros en el mar y están hechas por materiales resistentes al óxido y la corrosión salina.
En el resto de la frontera, donde hay zonas montañosas, desiertos, humedales y canales en torno al río Bravo (o río Grande), no existe una estructura hecha por el ser humano: la naturaleza forma su propia barrera.
En algunos puntos, la frontera tiene dos o hasta tres capas de barreras, una detrás de otra. Las autoridades se refieren a ellas como barreras primarias, secundarias y terciarias.
Durante la campaña de 2016, Trump prometió construir el muro a lo largo de toda la frontera.
Posteriormente aclaró que solo cubriría la mitad, dado que la naturaleza se encarga del resto.